¿NOS VEMOS EN LAS REDES?
No puedo decir nada malo de mi carrera profesional, pero esto no quita para que me sonroje cada vez que una pareja que ve mis fotografías y lee la intimidad de mi trabajo, decida “casarse conmigo” y hacer la postboda conmigo. Lo cierto es que no soy consciente de enseñarme tanto, pero sí sé que la fotografía es la única manera que conozco de estar despierto, de vivir y, en definitiva, de ser feliz.
Cuando Gema y Jesús me propusieron ser su fotógrafo de bodas y postboda les escuché hablar de la vida, del amor, de Granada y de esa fotografía íntima, leal a las emociones que buscaban para guardar para siempre en su álbum de los recuerdos. Esto me hizo ver lo llena que está mi vida de lo intangible y que, si no fuese por la fotografía, no sabría muy bien para qué levantarme un lunes cuando suena el despertador. La fotografía me da mucha felicidad y retratar historias como la suya es la alarma que suena para recordarme que trabajar con la cámara es mucho más que un modo de vida.
Gema y Jesús se conocen desde hace 18 años, pero deambularon diez por senderos paralelos, perpendiculares a veces, simplemente porque la vida es caprichosa, porque la vida es sabia y asigna los tiempos cuando corresponden. Tuvieron que esperar una década para ser felices, pero tampoco podemos decir que necesitaron ser infelices para llegar a su historia. En la vida a veces no encajan las etiquetas binarias: feliz o infeliz. Pero les llegó el amor “ese que se basa en la admiración hacia el otro, en la generosidad y en el respeto, ese que vivió oculto, pero que luchó incansablemente hasta que encontró la luz, como las lorquianas piquetas de los gallos, ese que no entiende de raza, creencias o género, pero tampoco de edad, pues la edad es solo un número” y decidieron darse el sí quiero en 2017. La boda decidieron celebrarla en Álcazar de San Juan y la postboda en Granada.
Aquí os muestro las fotos de la postboda en Granada. Granada tiene como su historia, como la vida misma, una gama de colores con un sinfín de tonos entre el blanco y el negro. En realidad no existen las fórmulas mágicas para explicar las fotografías que os muestro. Hay cosas que simplemente tienen que ver con el amor y la felicidad. El amor de una pareja, el amor de un fotógrafo a su cámara, el amor a la luz de Granada y la felicidad que suman estos tres ingredientes.
En este reportaje os muestro la historia de amor y felicidad de una seducción a seis (Gema y Jesús, mi cámara y yo y Granada y su luz) por un viaje de luces y sombras a la luz del atardecer de las dependencias, patios, fuentes y miradores de en uno de los monumentos más bellos jamás construidos por el hombre: la Alhambra de Granada.
Aunque en ocasiones, la luz y el arte dejan de ser protagonistas en pequeños rincones sombríos, donde el amor, se convierte en protagonistas y yo en un mero espectador lleno de felicidad.
Esta vez el amor sí lo puede todo y sí es amor todo lo que reluce en estas imágenes.
Decía Lorca que Granada “es apta para el sueño y el ensueño, por todas partes limita con lo inefable”. Es, precisamente, este misterio el que nos condujo, hace ya unos cuantos años, a realizar nuestro primer viaje como pareja a la ciudad nazarí (desde entonces, no nos hemos ido del todo de allí) y la que nos ha hecho volver ahora con la difícil tarea de que Sergio captara esa inefabilidad a través de su cámara. El lugar elegido fue La Alhambra, todo un mundo de símbolos y estímulos, todo un mundo de poesía. Hay poesía en el agua, pura y vivificadora, que, con su quietud en estanques y albercas, juega a ser espejo no solo de la suntuosa y evocadora belleza del entorno, sino también de nosotros mismos, de nuestras miradas encendidas; hay poesía en la luz, que hace del espacio un cruce entre lo real y lo ilusorio: nos va envolviendo en una simbólica fantasía de tonalidades y colores para, posteriormente, atraparnos y no dejarnos salir ya más de ese mundo de ensueño que es La Alhambra; poéticas también son sus texturas, hechas de versos y encajes: místicos mosaicos de yeserías, cerámica, azulejos, madera, mármol y piedra invitan, primero, al olvido celestial, después a buscarse y hallarse con las manos para, finalmente, tras el regocijo del encuentro, recordarse con besos y bailes más terrenales; hay poesía en sus sonidos, en el borboteo de sus surtidores de agua, en el arrullo seductor de palomas y tórtolas, en el trino de los ruiseñores … todo ello fundido en armoniosa melodía con nuestros propios suspiros, con nuestros propios susurros; hay, por último, poesía en sus mágicas fragancias que deleitan nuestros sentidos al pasear bajo arquerías de rosaledas y cipreses en laberínticos jardines románticos; sus arrayanes, magnolios, naranjos, nenúfares, jazmines… completan este auténtico “locus amoenus”, metáfora del Edén, lugar idóneo para explorar libremente nuestras pasiones. Es La Alhambra, paraíso inefable en el que se mezclan la vista, el oído, el tacto y el olfato.
Hay experiencias que marcan nuestro camino vital. Una de ellas ha sido, sin duda, nuestra propia historia, nuestro enlace y posterior postboda. Gracias, Sergio, por formar parte también de nuestras vidas.